SIRIA E IRAQ, EL DESASTRE DE LA GUERRA: 200.000 MUERTOS Y EL FIN DE 5.000 AÑOS DE PATRIMONIO HISTÓRICO
ARTÍCULO, publicado en EL MUNDO por LLUÍS MIQUEL HURTADO
Bashar Asad y el Estado Islámico toman Palmira de rehén
Irak y Siria son vergeles de reliquias milenarias que los contendientes de la guerra, ignorantes, han convertido en un páramo. El Estado Islámico (conocido por sus siglas en inglés IS) está ahora a las puertas de Tadmor, ciudad siria que alberga las ruinas de Palmira, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1980. La sombra de los últimos destrozos del IS en Irak planea con la desidia de Damasco a la hora de proteger los restos.
El acoso del IS a Palmira, con sus columnas, tumbas y templos del s. I a.C., empezó el martes pasado. Desde el este y el norte, los takfiristas avanzaron rápidamente a expensas de los batallones leales a Damasco. De acuerdo con la agencia France Presse, 73 soldados del régimen y 65 militantes del IS han muerto estos días. Además, según activistas, 26 civiles han sido ejecutados. El IS estaba ayer a poco más de un kilómetro de las ruinas.
Mientras el gobierno sirio pide ayuda internacional para proteger Palmira, el gobernador de Homs, Talal Barrazi, asegura que los tesoros de Palmira están a salvo gracias a las fuerzas sirias. No se lo cree el arqueólogo sirio Cheikhmous Ali, quien desde hace meses, a través de su Asociación para la Protección de la Arqueología Siria (APSA), alerta de la destrucción que este y otros yacimientos arqueológicos sufren por culpa de la guerra.
«La destrucción de Palmira empezó en 2012 con el régimen sirio», enfatiza Cheikhmous Ali en conversación telefónica con EL MUNDO. «Desde entonces, a través de imágenes, hemos comprobado cómo [las tropas pro Damasco] han ido cavando túneles, trincheras y zanjas, y habilitando zonas de lanzamiento de cohetes dentro del sitio arqueológico». El arqueológico añade los bombardeos del régimen, cerca de Palmira, de estos días.
«La protección del patrimonio arqueológico no es prioridad ni del ejército sirio ni de los rebeldes», lamenta Cheikhmous Ali. «Cuando el ejército del régimen o los rebeldes controlan un sitio estratégico, como una ciudadela, instalan armamento y francotiradores dentro del yacimiento». Esto ocurrió no sólo en Palmira, indica, sino también en Busra y Alepo, cuya precioso casco antiguo ha quedado seriamente dañado.
Palmira, en la provincia central de Homs, tiene hoy la misma importancia estratégica que durante los últimos 2000 años. Ayer fue un oasis en medio del desierto en el que se cruzaron las culturas griega, romana, persa e islámica. Fue una parada clave en la Ruta de la Seda. Hoy es un punto a medio camino, cruzado por una autopista y cerca de pozos de gas, entre la oriental de Deir Az Zur, en manos del IS, y los bastiones del régimen.
La responsable de la Unesco, Irina Bokova, instó ayer alarmada a no hacer de Palmira un objetivo militar. «El sitio ya ha sufrido cuatro años de conflicto», enfatizó en un comunicado en el que recordó que Palmira «representa un tesoro irremplazable para el pueblo sirio y para el mundo». La Coalición Nacional Siria (CNFROS), principal ente opositor, acusó a Asad de permanecer impasible ante una posible «catástrofe cultural».
Antes fueron los mosaicos romanos de Raqqa, las estatuas del museo de Mosul y las efigies de los sitios de Hatra, Nimrud y Nínive. Mañana pueden ser los preciados bustos de Palmira. La iconoclastia del IS, que considera pecado todo arte y arquitectura preislámica, tiene sólo un límite: aquél en que considera que puede sacar un rendimiento económico traficando con las riquezas patrimoniales de sus dominios.
Además de los impuestos, la confiscación de bienes, las aportaciones privadas, los rescates obtenidos mediante secuestros y la vente de gas y crudo, el IS obtiene suculentos beneficios para sostener su ‘califato’ de la venta de patrimonio arqueológico expoliado en Irak y Siria.
Bazares ilegales del Líbano y Turquía se nutren de piezas que acaban en manos ajenas, a menudo en Occidente.
Tal y como subraya Cheikhmous Ali, no es sólo el pillaje de Daesh, sino que también soldados del régimen, milicianos de otros grupos armados y hasta villanos próximos a los yacimientos participan del expolio. «En el mercado negro se obtienen cifras astronómicas», destaca el arqueólogo, en cuya página web ha habilitado un sistema de denuncias de este tipo de prácticas.
Según un reportaje del rotativo británico ‘The Guardian’, el Estado Islámico logró algo más de 30 millones de euros con lo expoliado en el yacimiento de al Nabuk, en Siria. En muchos rincones, explica Amr Azm, profesor de la Universidad de Shawnee, en Ohio, el IS ‘subcontrata’ trabajos de pillaje a la población local. Les permite excavar libremente con fines lucrativos a cambio de entregar entre el 20 y el 50 por ciento de los beneficios.
El frente entre el IS y el régimen, con Palmira de rehén, es novedoso.
Numerosos analistas coinciden en que la estrategia que siguió Damasco durante meses, consistente en no golpear a los takfiristas para que fagocitaran a la oposición -y poder así presentarse ante Occidente como el adalid del antiterrorismo- le ha fallado. Hasta la fecha, Asad sólo habían luchado contra el IS por el control de bases militares y yacimientos de petróleo y gas.
En las últimas semanas el régimen ha perdido suelo en Idlib, al norte de Siria, para beneficio de una alianza de seculares, salafistas y yihadistas. Esta muestra de debilidad ha motivado al IS -que ya tiene presencia en el campamento palestino damasceno de Yarmuk- para que atice con más fuerza a Bashar Asad. La cadena de cataclismos, en un país atribulado por cuatro años de guerra y más de 200.000 muertos, no cesa.