«EL GRITO DE LA HOYA», artículo del escritor Juan José Ceba
Reproducimos el artículo del escritor Juan José Ceba, en su Sección «Los papeles de Iris» que publica LA VOZ DE ALMERÍA
Empezó el año con todas las alarmas activadas, por otra nueva aberración contra el patrimonio. En esta ocasión, la Consejería de Cultura -devaluada hasta lo extremo- y convertida desde hace tiempo en el primer peligro arrasador de nuestro legado, golpeaba de manera alarmante sobre el mismo corazón de la Alcazaba, en las murallas de Jayrán, con un doble encajonamiento horrendo de acero oxidado; agresión incomprensible en unas obras de restauración que, hasta el momento, se sucedían de manera aceptable.
Conozco de cerca las medidas escrupulosas, hasta la exageración, que exigían enorme cautela, para mover cada piedra y andar casi conteniendo la respiración en el ámbito de La Hoya, para hacer los estudios de georadar y otras pruebas técnicas de cara al Parque soñado, en aquel espléndido escenario. Por ello, el grito de las fingidas torres oxidadas, se nos presentan como una violencia belicosa, que rompe, con su ataque de notoriedad, la unidad bellísima, la secuencia armónica, los ritmos, el encanto de tiempo detenido -en su lugar de enigmas- y un fondo de poesía acumulada, que establecía un diálogo vivísimo entre las torres y muros defensivos de La Alcazaba (hoy con un deterioro escandaloso), La Hoya y los altos de San Cristóbal. Quien vea solo piedra allí está vedado para entender lo humano respirable y el gran abrazo que la medina ofrecía a sus cimas y valles. Destrozar ese abrazo, esa fusión delicada, acaso no figure en las pisoteadas leyes del patrimonio, pero es un delito contra la hermosura poética de un espacio, que nos adentraba en el alma verdadera de la ciudad.
Los añadidos y postizos son una mentira, una impostura, manchas oscuras que abofetean el tapial; y con las lluvias y humedades ya están cubriendo de óxido los muros, evidenciando lo desafortunado del ataque, que desvalora, perturba, distorsiona y acaba por no entender ni adentrarse en la hondura de un ámbito tan estremecedor. Se dice que el arquitecto ha de tener una afinada sensibilidad para captar el “genius loci”, es decir, el espíritu verdadero del lugar, al que ha de respetar y responder por encima de cualquier otra consideración. Y aquí, para alarma y dolor nuestro, el espíritu ha quedado aprisionado y agónico bajo un contrachapado de óxido sangrante. Con un golpe más de inspiración, y de genialidad, habrían acorazado con paneles de herrumbre el Baluarte del Saliente o la Torre de Los Espejos, con la bendición de las comisiones alentadoras de la destrucción del legado.
Desde que visité las infortunadas torres blindadas de La Hoya me martillea una canción de Alberti –“¿Qué gente enemiga / puebla sus adarves?”-, que repito hasta la saciedad. Se ha despreciado todo el magnífico conjunto de la fortaleza –ya sea para reconstruir, consolidar o restaurar- eligiendo la peor opción, la más agresiva para el monumento, no sólo por el cortinaje de acero (que resulta una rabiosa cantada improcedente), sino porque la capa exterior parece tapar algo mucho más desastroso e irreversible, todo un circo de hormigón, un tinglado, que ha dejado estupefactos a arquitectos restauradores del país, quienes no pueden entender que no se haya hecho de tapial, técnica más sencilla y apropiada, que sigue aplicándose en España por empresas especializadas.
No hay justificación razonable para la doble embestida mortal en la muralla de Jayrán, que vulnera la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía y la legislación internacional; por lo que la UNESCO ha de conocer de manera inmediata tan calamitosa situación. Ahora urge –y así lo han pedido, desde su resistencia activa los Amigos de la Alcazaba- encontrar una solución urgente, para demoler las falseadas torres, si ello fuera posible, y volver al tapial, a donde el ámbito constructivo de la muralla de La Hoya ha de seguir acogiéndose, con su categoría y calidez original.
Con todo, lo más llamativo es que el arquitecto no tenga reparo en desvelar que el desaguisado es mucho mayor e irreparable en los intestinos de las torres, que en el espantoso implante con robín que las cubre. Hasta el momento, pese al dislate y el grito de socorro de La Hoya, la dirección y técnicos de La Alcazaba mantienen un silencio que corta la respiración.