Una escenificación bíblica exclusiva en la provincia de Almería: la Judea

(Fotografía de Juan Foulquié, hacia 1910. Colección de Julio A. Foulquié)

 

Desde mi ventana/10 – Amigs de la Alcazaba

“Una escenificación bíblica exclusiva en la provincia de Almería: la Judea”

Por Pedro Perales Larios, profesor de Literatura

 

Dentro de la singularidad con que cada municipio celebra su Semana Santa, el rasgo más llamativo y exótico tanto para los naturales como para los visitantes de Cuevas del Almanzora, es uno de los varios pasos vivientes que aún se mantienen, aunque bastante modificado con respecto a sus orígenes allá por los años 50 del siglo XIX. Es lo que aquí se conoce como «La Judea», consistente en la escenificación de una parte del pasaje bíblico en el que Jesucristo fue conducido al monte Calvario para ser crucificado.

Actualmente, quien lo contempla por primera vez se sorprende al ver el paso por todo el recorrido de la procesión del Viernes Santo de un grupo de 10 ó 12 personas –conocidas como «los judíos»– vestidas con extravagante, y nada adecuada a la solemnidad del desfile, vestimenta de llamativo colorido consistente en calzón recortado por debajo de las rodillas, camisa larga o chaleco abierto y sin mangas, y la cabeza cubierta por una variedad de gorro frigio. Su aspecto se hace aún más estrambótico e incluso estremecedor debido al enorme aporte de pinturas de colores con las que se han adornado las caras, e incluso el torso descubierto, los brazos y las piernas, que habrían conseguido amedrentar hasta a los mismos aborígenes de las praderas de las películas del oeste americano.

Ataviados de tal guisa, portan en sus manos variados objetos, principalmente porras (desde hace aproximadamente 50 años se ha hecho característica definitoria de esta escena –probablemente queriendo rememorar la linterna bíblica– la extemporánea linterna a pilas que uno de estos «judíos» lleva en la mano). Con ellas hostigan y simulan golpear cruel y ensañadamente al Nazareno –vestido con túnica de recio paño y con la corona de punzantes espinas rodeándole la cabeza–, quien penosa, sufrida y lentamente apenas puede caminar derrotado por el peso de la cruz que porta sobre el hombro. Simultáneamente, otro conocido como «Gachón» lo arrastra y le hace caer al suelo (hasta tres veces durante el recorrido) tirándole de la cuerda que le rodea el cuello. Y así hasta llegar a su destino entre la multitud que contempla –con familiaridad y siempre cómplices quienes ya lo conocen, y con sorpresa y otros tipos de emociones quienes lo hacen por primera vez– este genuino paso viviente de la Semana Santa cuevana.

Fotografía de José Guerrero

Pero no siempre se ha escenificado así este peculiar paso viviente. Como todo, ha ido evolucionando y adaptándose a las circunstancias y características de cada época. El cronista oficial de Cuevas del Almanzora, Enrique Fernández Bolea, que lo ha estudiado y ve sus posibles orígenes en otra escenificación de la Semana Santa de la murciana Lorca como «Calle de la Amargura», nos cuenta que este episodio formó parte de una representación andante mucho más amplia y compleja de la última fase de la pasión de Cristo, y nos explica cómo debió ser durante el siglo XIX esta peculiar «Judea» cuevana. Para ello ha desempolvado un excelente artículo de 1900 del intelectual Martín Navarro Flores, natural de Cuevas y profesor de la Institución Libre de Enseñanza, de cuya transcripción por el citado cronista extraemos unas frases que vienen al caso.

Nos dice el ilustre profesor que estos «judíos llevaban una vestimenta muy sencilla», pero muy parecida a la actual, aunque más rudimentaria y pobre y con los pies descalzos, de manera que si «tuviera el que hace de Jesús que lavárselos, tal vez prefiriera una crucifixión de verdad». Y añade que, a veces, en la simulación del aporreamiento al que lo someten –incrementada indudablemente por la euforia derivada de los efectos del alcohol que suelen ingerir los fingidos maltratadores– es tal el grado de realismo con el que quieren dotar la escena que Jesús tuvo que «hacer uso de un revólver», pues «no podía él igualar en resignación al Hijo de Dios».

Fotografía de Pedro Perales Larios

 

 

 

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