Inox (Níjar) un lugar de la desmemoria
Fotografía @ Pako Manzano
Desde mi ventana / 41 – Amigos de la Alcazaba
“Inox (Níjar), un lugar de la desmemoria”
Francisco Andújar Castillo,
Catedrático de Historia de la UAL
En una provincia en la que los lugares de memoria no abundan precisamente, y sobre los pocos que restan pende sobre ellos la grave amenaza de la piqueta, o la no menos lesiva ignorancia de su existencia, la utilización con fines espurios del pasado, de la historia, de la memoria de una comunidad, está adquiriendo tintes preocupantes. Uno de los ejemplos más inequívocos tiene que ver con la rebelión que la víspera del día de Navidad de 1568 iniciaron los moriscos del reino de Granada contra Felipe II, y que dio lugar a la conocida Guerra de las Alpujarras. Hoy en día persevera una vergonzante manipulación de algunos episodios de aquella contienda, que son instrumentalizados en función de determinados posicionamientos ideológicos. Se rememoran, se levantan lápidas o se escriben burdas manipulaciones de la historia en recuerdo de los hombres y sacerdotes cristiano-viejos que fueron martirizados y asesinados –unos centenares- durante aquella contienda, todo ello en una clara continuidad con una apologética que se inició muy pocos años después del conflicto bélico, pero que no cesa. Sin embargo, el olvido ha caído por completo sobre sucesos tales como el exterminio de los moriscos de Enix y Felix el día 19 de enero de 1569 por parte de las tropas cristianas, o el más dramático aún “negocio de Inox”, que tuvo lugar en ese mismo mes, y en el que, según el cronista más fiable de la guerra, Luis del Mármol Carvajal, murieron más de 400 moriscos y fueron esclavizadas más de 2.700 personas entre mujeres, hombres y niños. En Inox y en su anejo cerro de la Matanza –término que rememora aquella tragedia- los moriscos de la ciudad de Almería y pueblos de su jurisdicción, con el objetivo de emigrar Berbería, se habían refugiado portando todos sus enseres y bienes.
Desde aquel episodio del año 1569, Inox se convirtió en un lugar mítico, con cierta fama, tanto entre los lugareños de la sierra de Níjar como entre algunas elites de la ciudad de Almería. Cundieron los ecos de que los moriscos asediados escondieron sus tesoros, y que todavía yacen enterrados algunos de ellos a la espera de la llegada del aventurero que sepa dar con su paradero. El mito ha permanecido en el tiempo, tanto como que hace unos cuantos años, ya entrado el siglo XXI, un pastor de la zona –tal vez el último- nos narraba una leyenda, que ha pasado de generación en generación, según la cual en aquellos parajes permanecían aún ocultos tesoros bien guardados por los moriscos. Si tal dimensión adquiría el recuerdo popular, entre las “elites cultas” de la ciudad del pasado siglo, retomando la creencia popular, se lanzaron a la búsqueda de los fabulosos tesoros moriscos. Cuentan, que ciertos galenos de la capital acamparon durante una temporada en el cerro de la Matanza y, pico y pala en ristre, consiguieron sacar de sus entrañas algunos objetos de los moriscos. Nada se sabe del “botín” obtenido, ni del que pudieron conseguir otras “campañas” procedentes de otros lares, pues tan solo cabe conformarnos con poder observar alguna que otra pieza aislada, como el almirez que se exhibe hoy en el Museo Arqueológico de Lorca. Esos mitos de los tesoros escondidos por los árabes –en este caso moriscos- han proliferado por doquier en la geografía nacional pero, en este caso, más allá de las leyendas, se suele ignorar que aquellos moriscos y moriscas que se refugiaron en Inox y en el cerro de la Matanza eran gentes pobres, muy pobres, y que el primer saqueo de aquel espacio tuvo lugar de manera inmediata por los propios vencederos de la guerra, las tropas cristiano-viejas de Felipe II. Y se ignora también que lo que se denominó como “negocio de Inox” no fue la almoneda de los bienes de los vencidos, sino la esclavización y subsiguiente venta de los moriscos y moriscas apresados, convertidos de inmediato en objetos “habidos en buena guerra”.
Hoy día Inox es un inmenso yacimiento arqueológico, que bien merecería su protección, y un despoblado desde 1569, tras la expulsión de los moriscos, aunque es posible que tuviera durante el siglo XVIII alguna ocupación parcial como consecuencia de los proyectos repobladores que fluyeron por varios puntos de la geografía provincial al hilo de los vientos ilustrados. El visitante que accede a Inox puede contemplar hoy los restos de la antigua mezquita-iglesia, los viejos aterrazamientos del sistema de cultivos, así como un espectacular promontorio que conserva visibles restos de haber sido fortificado. Desde hace años, con perseverancia y denuedo, un soñador, Justo Pageo, busca convencer a políticos y administraciones para que un lugar con todas esas características sea preservado y reconocido como lo que es, un bien patrimonial, sobre el cual ha caído la dura losa del olvido. Pero, añadamos, que Inox también debería ser un lugar de memoria, de una historia de vencidos que, por cierto, eran “almerienses” y “cristianos nuevos”, dos características que, tal vez con esas connotaciones localistas y religiosas, claramente intencionales por nuestra parte, animen a su excavación, conservación y puesta en valor para disfrute de cualquier amante del patrimonio y de la historia. Y, de paso, deje de ser un lugar de desmemoria.