El Laimund
Desde mi ventana – 04 / Amigos de la Alcazaba
“El Laimund”
Francisco Espinosa, presidente de A.C.Athena
A pesar de haber tenido un protagonismo destacado en la Prehistoria y Edad Antigua, sobre todo a través de la ciudad ibero-romana MURGI -la ciudad más oriental de la Bética-, El Ejido, en tiempos contemporáneos, siempre ha sido considerado como un pueblo y un territorio «sin historia». Tras la caída del Imperio romano, más de quince siglos de ocupación y destrucción sobre Murgi fueron suficientes para que no quedaran prácticamente edificaciones significativas en pie. Además, si ello no fuese suficiente, a partir de mediados del siglo XIX y la primera mitad del XX, con la construcción de la carretera de Málaga-Almería y el nuevo desarrollo agrario de la zona, se produjo la ocupación de muchos yacimientos prehistóricos y la destrucción y expolio de muchos elementos constructivos y arqueológicos de Murgi.
A pesar de ello, nos quedó una edificación en ruina, pero en pie; un monumento funerario tardorromano, con una planta casi cuadrada, en cruz griega, de 6’35×6’25m, de finales del Imperio (siglo III-IV), que es conocido por la tradición popular e histórica con múltiples vocablos: Laimund, El Aimún, Daymuz,…etc. Probablemente, todos ellos derivados de la transcripción fonética del nombre que le asignaron los musulmanes en su momento (como pequeño edificio de baños). Hoy está declarado BIC, desde 2008, con el nombre de ‘Daymun’, y fue excavado y restaurado en 1987. El Mausoleo funerario debió ser levantado por un poderoso señor, gran propietario de tierras al final del imperio, que ocuparía con su familia los bajos de los arcosolios del interior y en exterior estarían las tumbas de sus allegados, criados y esclavos. Aunque también se apunta la posibilidad de que pudo pertenecer a un rico propietario cristiano del lugar (Martyrium).
Confieso que para mí este monumento me evoca recuerdos tiernos e indelebles de mi infancia, allá por finales de los años cincuenta cuando pasaba con mi padre, en la moto, camino de un pequeño parral que teníamos en el ‘Bujo’, al pie del Cerrón. Subíamos por la carretera, que partiendo de El Ejido iba hacia la Alpujarra. Era una carretera que todavía no tenía asfalto, sólo un firme de piedras machacadas y compactadas (macadán), que se deterioraba con los arrastres de la lluvia y convertía el firme en «unas migas», me decía mi padre, murmurando. Allí a nuestra derecha, próximo al arcén, se quedaba el viejo y deteriorado Laimund, junto al cortijo de José Martín «el de la capa». Me sorprendía ver esa construcción tan extraña y distinta al común de las casas y cortijos de la época. Era normal verlo siempre ocupado por familias menesterosas o ambulante, casi siempre de etnia gitana, que ocupaban el inmueble, cerrando con bloques y telas la pared caída de la fachada para mejorar su habitabilidad. En su interior se hacía fuego para cocinar y en el exterior estaba tendida la ropa lavada para secar al viento. Me cuenta mi amigo Manolo, hijo de José Martín, que una de las familias ocupantes más reconocida fue un patriarca gitano, conocido como Juan «el señorón», que amarraba su caballo en el exterior del Laimund.
He de reconocer que tardé mucho tiempo en entender el sentido histórico y el uso originario de este mausoleo funerario, del que existen pocas edificaciones similares en la Hispania romana. Lo entendí cuando se acometió su excavación y restauración.