ÉRASE UNA CIUDAD MUY MODERNA…
Por David Baños, Director de CANAL SI TV
Conozco pocas ciudades sin un casco histórico de referencia y por desgracia una de ellas tenía que ser la mía, Almería. Aquí el barrio antiguo lleva años relegado a un segundo plano y el paso del tiempo sigue actuando en su contra. Yo nací en la plaza de Pavía y desde la terraza del ático de mis padres se veían la Alcazaba, el puerto y el mar Mediterráneo, la torre de la catedral, la iglesia de San Juan o el cuartel de la Misericordia. Aunque hace mucho tiempo que cambié mi residencia, estas imágenes las guardo con total nitidez en la memoria y sólo recordarlas me produce una sensación de especial satisfación. La ciudad ha cambiado mucho desde los setenta y los ochenta hasta ahora, pero la transformación no ha ido en beneficio del casco antiguo y sí de otros espacios más alejados de este punto.
El crecimiento experimentado ha sido de los que dan vértigo. Han aparecido nuevas zonas residenciales, nuevos espacios comerciales y el número de habitantes se ha elevado hasta llegar a los ciento noventa mil. Pero todos los pueblos evolucionan y la mayoría lo hacen mimando sus calles más tradicionales. Tengo la sensación de que no nos gusta lo viejo, preferimos las cosas a estrenar. Nos cuesta más trabajo rehabilitar un edificio antiguo que buscar un sitio donde poder levantar cinco o seis nuevos. Hay pueblos con menos valor patrimonial que aprovechan al máximo sus recursos. Es el caso de las vecinas localidades murcianas de Lorca y Cartagena, donde han creado interesantes productos turísticos basados en su historia y los restos que de ella se conservan. No se qué sucede en Almería que todo parece más difícil. Tenemos visitas guiadas, monumentos muy importantes, los mejores bares y restaurantes, hoteles de primera y un clima estupendo, pero da la sensación de que no somos capaces de fusionar con acierto todos estos ingredientes.
Alguien dirá con razón, que nuestro centro histórico también cuenta con importantes carencias. Hay monumentos en mal estado de conservación o que no se han puesto en valor, problemas de aparcamiento, sensación de inseguridad, las obras de la Plaza Vieja se eternizan y qué contarles del PERI de La Chanca o del de San Cristobal. Pero lo cierto es que consciente o inconscientemente, le hemos dado la espalda a la Almería más antigua. Le podemos echar la culpa a las administraciones públicas y a los políticos, porque tienen la posibilidad y la responsabilidad de actuar, pero me da que aquí todos los ciudadanos tenemos algo que ver con este olvido. Nosotros hace mucho que dejamos de comprar en la Calle de las Tiendas para irnos a los centros comerciales. Ya no paseamos por el Parque de Nicolás Salmerón ni por el Puerto, ahora vamos al Paseo Marítimo y a La Rambla.
El domingo, diferentes colectivos sociales organizaron una marcha para llamar la atención de quienes nos gobiernan, ante la situación en la que se encuentra nuestro casco histórico. Portaban banderas negras y protagonizaron sonoras pitadas junto al Hospital Provincial, las Torres de la Avenida del Mar o La Alcazaba, exigiendo así un cambio de rumbo. Sólo doscientas personas se sumaron a esta convocatoría. Yo, como la inmensa mayoría de los ciudadanos, tampoco participé, encontré algo mejor que hacer en una soleada jornada de descanso. Un día después, cuando leí toda la información que ha generado en la prensa local esta movilización, cerré los ojos y me imagine que las cosas eran diferentes. Me ví dejando el coche en el parking de la Plaza Vieja y acto seguido tomándome un café en una de las terrazas instaladas en sus soportales. Me paré para contemplar la fachada del nuevo hotel con encanto que han abierto en este punto y después continué paseando por las calles peatonales del casco antiguo. Todo estaba lleno de turistas, había autocares, guías que hablaban todos los idiomas, tiendas de souvenirs, los bares y restaurantes estaban llenos. Subí por unas escaleras mecánicas hasta el Cerro de San Cristóbal para contemplar la ciudad desde las alturas y desde allí me fui a la Alcazaba. Cuando terminé de ver el monumento, descansé unos minutos en el parque que ahora sustituye al antiguo Mesón Gitano, donde un grupo de ingleses no paraba de echarse fotos. Bajé hasta la plaza de la Catedral, como todos los domingos había conciertos, teatro y actividades para los más pequeños. Me senté a comer en uno de los restaurantes al aire libre del parque y acabé el día visitando el recién restaurado Cable Inglés. Cuando abrí los ojos encendí el ordenador y me puse a escribir este artículo.